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FUTUROTOPÍAS PARA UN TIEMPO CIRCULAR
Abordar una futurología debiera ser equivalente a abordar el estudio del colonialismo. Entender esta conjugación del tiempo implica observar un sistema complejo, que no es lo mismo que decir que algo sea “complicado”. Un avión con sus miles de tuercas, engranajes, bovinas es complicado pero no necesariamente complejo. Si tenemos el conocimiento de cada una de sus piezas podemos entender su funcionamiento. La complejidad, en cambio, hace resistente la comprensión. El futuro es algo complejo porque es un concepto que ha estado atravesado por relatos, símbolos, subjetividades; por apropiaciones ideológicas, programas políticos, ficciones científicas, afiebradas premoniciones, baba rabiosa, canto elegíaco. Si a ello agregamos otro concepto: Latinoamérica (¿sustantivo o adjetivo?), el panorama se complejiza más aún. Pues qué es Latinoamérica, sino un campo de temporalidades mixtas y complejas identidades en disputa.
En los siguientes párrafos intentaré exponer algunas inquietudes e incomodidades -comezones y alergias- que me provoca el uso que se ha hecho del futuro y sus apropiaciones maniqueístas, que como una pelota se ha jugado entre los viejos utópicos, integrados o apocalípticos.
En las últimas décadas nos hemos visto saturados de vaticinios catastróficos. El futuro parece antes una escenografía de una película distópica de Terry Gilliam o Ridley Scott que un territorio incierto por explorar. ¿Pero cuándo empezó el concepto de futuro? No sabemos muy bien. Probablemente en Europa a finales del siglo XVII. Se fue consolidando coincidiendo con la expansión colonial y su abrazo con la revolución industrial. La instalación de un reloj en las torres de las ciudades fueron los primeros indicios de la colonización del tiempo. La experiencia cotidiana entraba en un sistema discreto. Ya no bastaba el ciclo de oscuridad y luz marcados por el día y la noche. Se harán necesarios dispositivos que permitan organizar lo que Foucault describía como un “devenir cuadriculado”(Foucault, 1986). Junto a las cárceles, hospitales y colegios, las agujas del reloj, agendas, calendarios, irán horadando la experiencia. Tic tac tic tac. La gotera del tiempo y su pulso: sístole y diástole, inhalar, exhalar, tic tac tic tac, irán marcando el ritmo que no se baila, sino que se marcha. El cuerpo se convertirá en máquina productiva atada a la cuerda del reloj. El reloj como testigo y juez del “tiempo es oro” y testigo y delator del “tiempo perdido”.
“Antes el futuro era mucho mejor” decía en 1929 Karl Valentin, un comediante alemán. Me gusta citar esa frase (Montero, 2020). Y lo decía en la época en que el futuro tenía la mejor propaganda. Los furiosos futuristas fervientes seguidores del Manifiesto redactado por Marinetti en 1909, como eyaculadores precoces, veían en la velocidad y la tecnología la clave para llegar antes al futuro. Este futuro no sólo sería armado de aeroplanos, locomotoras, sino que ofrecería la oportunidad de anular al Yo romántico-simbolista, derrumbar la separación arte-vida para llegar al «arte-acción», como lo nombrarán Giacomo Balla y Fortunato Depero en ”Ricostruzione futurista dell’universo” (1915). Futurismo maquínico, joven y viril. El entusiasmo de los italianos no tardará en extenderse por Europa y América Latina. Vicente Huidobro reclamaba la poca originalidad de los italianos argumentando que el uruguayo Armando Vasseur en sus “Cantos Augurales” (1904) planteaba lo mismo que gritaba Marinetti, y que “por lo tanto, el futurismo es americano.» (Huidobro, 1914, p. 164).
Como sea, con o sin copyright, las olas del futurismo a caballo de la palabra “progreso” llegaban a Latinoamérica. En Argentina, Uruguay, Cuba fueron muchos las y los artistas que fueron tildados de futuristas por atreverse a desafiar los cánones del viejo régimen estético-político, pero que también vieron en la exaltación de la vida moderna, y particularmente de la máquina, una vía para renovar el lenguaje de la pintura, escultura y las letras. En Brasil Oswald de Andrade lo llamó Futurismo Paulista; en Puerto Rico se redactaba el manifiesto Euforista (1923); el mismo año en México surgía el Movimiento Estridentista que en su manifiesto afirmaban que había llegado “la hora insurreccional de nuestra vida mecanística.”(Schwartz, 2006) Pero las voces críticas no tardaron en hacerse escuchar. Algunos vanguardistas criticaban esta euforia y sus orígenes europeos. Rubén Darío, poeta nicaragüense preguntaba “¿no será lo mismo ir hacia adelante que hacia atrás?”; Mariátegui criticaba a los futuristas por su fetichización de las máquinas olvidando al obrero; y Huidobro nuevamente criticaba al movimiento por considerar que estaban levantando una nueva mitología: la mitología de la máquina. “Estoy seguro de que los poetas del porvenir tendrán horror de los poemas con muchas locomotoras y submarinos» (Huidobro, 1914), afirmaba. En 1924 el escritor y crítico de arte chileno Juan Emar también ponía alertas sobre lo engañoso que podrían ser los conceptos de novedad y juventud: “No basta hacer cubismo para ser joven y la fabricación del futurismo no coloca forzosamente a su autor en el futuro” (citado en Osorio, 1998). Asimismo, de manera aún más aguda y además atendiendo a lo que hoy llamaríamos una conciencia situada, Gabriela Mistral no sólo criticaba el entusiasmo por la máquina en sí misma, sino la pertinencia de esas imágenes y retóricas en el contexto de la realidad latinoamericana. En 1928 escribía: “Sensibilidad nueva significa mirada inédita, pero que cae sobre las cosas con que nos codeamos, sea huerto o majada. Me hacen sonreír algunos libros que llegan de rincones ruralísimos de América: están atravesados, están veteados de fabrilismo, de maquinismo, de Torre Eiffel, de Picassos y de Paul Morands, y han sido pensados mientras se oía la rumia búdica de las vacas o el cordón lacio del agua de riego” (1998, pp. 254-257). La retórica maquínica, bélica, masculina y mesiánica que el futuro inyectaba en la sensibilidad de poetas y artistas también era mirado con sospecha desde la ficción. En 1921 Yevgueni Zamiatin terminaba de escribir “Nosotros”, novela que describía una nueva sociedad regida por el Estado Único en la que se anulaba la noción de individuo sustituyendo el nombre propio por un número; en 1927 Fritz Lang estrenaba la película “Metrópolis”, alertándonos sobre el uso tecnológico para la manipulación de masas y Aldous Huxley publicaba su célebre “Un mundo feliz” (1932) en la que se nos presentaba una sociedad perfecta -estable y pacífica- en base al control biopolítico de la ciudadanía. A lo largo del siglo XX las artes visuales y las letras nos han entregado una lista interminable de títulos para aterrar a cualquier utopista. El miedo al fin del mundo ha ido renovando sus slogans: del juicio final bíblico al botón rojo que alguien iba a presionar en plena guerra fría para activar una bomba atómica, al miedo al colapso informático del 2k, las supuestas profecías maya sobre el fin del mundo en 2012, para llegar a la destrucción del planeta, sin fecha clara y en cuotas, debido al calentamiento global cuyo único culpable es el maldito ser humano.
Uno de los aspectos que me llama la atención es que las ficciones que imaginaban el futuro han ido acortando sus plazos. Las novelas de Julio Verne proyectaban el futuro a unos 80 años; en Fritz Lang, 50; en 1984 de Orwell, 36 años; en series como Black Mirror eran 5 años aproximadamente; en Years & Years era solo 1 año. El futuro como sinónimo del fin, se nos ha ido acercando cada vez más hasta el punto que parece atravesar nuestros cuerpos… y como decía Rubén Darío, quizás “irá hacia atrás” o se quedó estancado en alguna fecha del calendario. El ilustrador Manuel Brieva representaba el futuro como un tiempo que “ya ha pasado”. -“¡Sí amigos!- decía un sonriente padre de familia mientras preparaba una barbacoa –“el futuro ya sucedió… y fue en la década de los 50 en los Estados Unidos… Si no estuvieron allí, ¡Mala suerte!… se han quedado sin él.” (Brieva, 2012)
Hace pocos años vi un meme que decía que 1984 de George Orwell, leído hoy, parecía un libro optimista. En estos últimos años se ha ido haciendo popular la frase “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” citada por Mark Fisher en Realismo Capitalista (2009) atribuida a Fredric Jameson o a Žižek, del cual se han hecho eco innumerables intelectuales en libros que anuncian la cancelación del futuro, el “no future” que mucho antes cantaba y rayaba en las paredes el movimiento punk en los setenta. Entre los rabiosos, deprimidos o agoreros del fin del mundo, personalmente, me quedo con el profeta Isaías. Ese personaje de 31 minutos, que en un episodio épico del programa infantil anunciaba la hora exacta del fin del mundo. Mientras el presidente huía a la luna, Tulio Triviño y compañía esperaban expectantes y aterrados. El minuto señalado llegaba, se sentía un gran estruendo, pero luego todo seguía igual. Todos le reclamaban que “no había pasado nada”. Y el profeta Isaís se defendía declarando: “el mundo se acabó, pero empezó uno nuevo exactamente igual”.
Tal vez de eso se trate. Cada época en distintas culturas ha tenido sus propios ocasos, y el futuro, que en rigor no existe, es un espejismo que nos atrae o nos espanta, abismalmente. Como decía Hakim Bey: “Cualquiera que sea capaz de leer la historia con los dos hemisferios del cerebro sabe que un mundo se acaba a cada instante -las olas del tiempo sólo dejan al retirarse secos recuerdos de un pasado cerrado y petrificado-memoria imperfecta, ya moribunda y otoñal. Y cada instante ve nacer también un mundo (…) un presente en el que todas las imposibilidades se han renovado, donde la culpa y la premonición se desvanecen en presencia de un hologramático gesto psicomántrico” (1996, pp. 52, 53).
Quizás una futurología latinoamericana, luego de comprender la genealogía de su imaginario, debiera ensayar otras formas de habitar un tiempo deseado. Tal vez no sea desde un gran proyecto extensivo universalmente, sino desde la configuración de lo que el mismo Hakim Bey describió en “Zonas Temporalmente Autónomas”, apelando a un “postanarquismo”, es decir, un anarquismo no edípico, sino carnavalesco, nómade y poético terrorista que no luche contra la puerta del imperio, sino que okupe sus fisuras y grietas. O un postanarquismo que opere desde la “micropolítica”, que describe Félix Guattari junto a la brasileña Suely Rolnik en el libro “Micropolítica. Cartografías del Deseo” (2006). Concepto apropiado por la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui quien declara emprender la lectura de los intelectuales europeos desde una “etnicidad táctica” considerando su propia localización geográfica y vital para ensayar formas de “insurgencia cotidiana” que permitan contestar a la macropolítica y abogar por una “reconstitución de la episteme india ancestral, para hacer de la memoria una herramienta metafórica capaz de romper con las ideas de progreso y desarrollo que alimentan los gobiernos progresistas, y para cruzar la frontera hacia un horizonte ajeno a las habituales lecturas lineales y positivistas de la historia” (Rivera Cusicanqui, 2015, p. 97) .
Descolonizar el futuro, es también descolonizar la única dirección que nos imponía la tecnología desde la modernidad y pensar, como dice Yuk Hui en su reciente libro “Fragmentar el futuro” (2020), que no se trata de negar la tecnología sino de recuperar la diversidad técnica y reconfigurar la relación entre humanos y no humanos, articulando lo local desde una ecología que no solo contemple la biodiversidad sino que también incluya a las máquinas. Descolonizar el tiempo tal vez sea, finalmente, desprivatizarlo “porque el tiempo desde que nacimos es una invisible herida que nos vierte gota a gota el pecho” (Mistral & Pozo, 2015, p. 160). Las prácticas artísticas, acostumbradas a dar materialidad y sensibilidad a las ideas, pueden ayudarnos a hacer imaginables esos escenarios. A okupar el futuro.
31 minutos – Episodio 1*18 – El fin del mundo

Bey, H. (1996). T.A.Z: Zona temporalmente autónoma. Nueva Utopía.
Brieva, M. (2012). Dinero: Revista de poética financiera e intercambio espiritual. Random House Mondadori.
Foucault, M. (1986). Las palabras y las cosas: Una arqueología de las ciencias humanas (E. C. Frost, Trad.; 17. ed). Siglo Veintiuno.
Huidobro, V. (1914). Pasando y pasando. Imprenta Chile.
Lizama, P. (1994). Juan Emar / Juan Emar: La vanguardia en Chile. En Revista Iberoamericana.: Vol. LX (pp. 945-959). Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana.
Mistral, G. (1998). Página para Pedro Salinas. En A. Calderón (Ed.), Prosa de Gabriela Mistral: Materias (pp. 120-122). Editorial Universitaria.
Mistral, G., & Pozo, D. del. (2015). Por la humanidad futura: Antología política de Gabriela Mistral (1. ed). Pollera Ediciones.
Montero, V. (2020). Prólogo: Antes el futuro era mucho mejor. En Espesores tisulares (pp. 20-25).
Osorio T., N. (Ed.). (1988). Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguardia literaria hispanoamericana. Biblioteca Ayacucho.
Rivera Cusicanqui, S. (2015). Sociología de la imagen: Miradas ch’ixi desde la historia andina. Tinta Limón Ediciones.
Schwartz, J. (2006). Las vanguardias latinoamericanas. Textos programáticos y críticos. Cátedra.
Valentina Montero (Valparaíso – Chile, 1973) Curadora, investigadora y docente, especializada en prácticas artísticas y usos cotidianos excéntricos, experimentales y críticos de las tecnologías. Actualmente es investigadora postdoctoral Conicyt-Fondecyt en la Universidad Finis Terrae.